EL ALIENTO DE LOS RECUERDOS
Hace veinticuatro años que comenzó la carrera de Jethro Tull. La memoria guarda las emociones de la gente en el punto en el que se vivieron con más intensidad. Hasta se piensa que las canciones representan tanto por sus características artísticas como por ser instrumentos de evocación del momento en el que se las escuchó.
Indudablemente los recuerdos fue el principal argumento de este concierto. De pronto estábamos en el túnel del tiempo. Frente a una banda que representó la música de los setenta, época de dinosaurios, de discos conceptuales y de fiebres estelares en el universo del rock.
Se trataba de un encuentro con los temas de Living in the Past, Thick is a Brick, Minstrel in the Gallery o Aqualung, discos paradigmáticos para toda una generación que convivió con el rock, en la convicción de que representaba un estilo particular de afrontar la vida, de mantener ilusiones y fomentar esperanzas. Después de dos décadas, como decía la canción, solo queda la música. Y ahora resulta que muchas de aquellas piezas han cobrado un nuevo valor sacadas del baúl de los recuerdos.
Desde luego la convocatoria no pudo ser más exitosa. Hacía una semana que no quedaba ni una sola entrada, la sala estaba literalmente abarrotada. Ian Anderson (1947, Edimburgo, Reino Unido) es un veterano incombustible que - según declaró recientemente a EL MUNDO- reclama más entusiasmo a los músicos jóvenes porque su sola presencia en los escenarios demuestra la poca fuerza que tiene aún el relevo generacional.
Claro que también intentó que, por ejemplo, se prohibiese fumar o se apagase el aire acondicionado, porque no le sienta nada bien a su garganta. Y en pleno concierto se dirigió al público de las primeras filas para que se calmase y escucharan la música con tranquilidad. El día anterior, en Barcelona, un espectador subió al escenario y le lastimó un brazo involuntariamente. Pese a todo, la actuación se desarrolló con satisfacción mutua y con incomodidad compartida. Siempre con tono entrañable que por momentos se tornaba divertido. Duró algo más de dos horas. Tocaron las canciones con eficacia, el repertorio estaba estructurado con la inteligencia de quien sabe que algunas piezas son como himnos que aprovechan la sensibilidad más azotada del espectador. La mezcla de blues, jazz y rock de Jethro Tull siempre ha estado representada con teatralidad y esta vez no iba a ser menos.
Entre la batería mostraban grandes mariscos de plástico que también se repetían en los teclados, estos decorados como si se tratase de una antigua máquina submarina. Jugando todo el decorado con la iconografía de su último álbum, Catfish Rising.
TOMÁS FERNANDO TORRES