LA BANDA DEL INCOMBUSTIBLE IAN ANDERSON LLENÓ EL PALACIO DE LA ÓPERA
La flauta de Jethro Tull rejuveneció en clave de rock la fábula de Hamelin
Cualquiera diría que tiene 53 años. Ian Anderson va y viene flauta en mano, flauta en boca. Sopla, aúlla y hace que del instrumento salgan desde las melodías del más absoluto lirismo hasta el más agresivo tono. Levanta la pierna y permanece como un Shiva encarnado antes de lanzar una patada al aire. Domina la escena y el escenario. Hace suyo al público que disfruta con lo que oye para acabar vibrando con las composiciones del genio de la flauta mágica. La profunda guitarra de Martin Barre aporta la sobriedad y su parte proporcional al sonido de Jethro Tull. El resto de la banda, sólida como el granito, les guarda las espaldas y el legado de los antiguos miembros.
El Palacio de la Ópera fue testigo de la primera actuación en A Coruña de una de las bandas más decisivas de la historia del rock. El público, repleto de incondicionales, -casi adeptos- y de conocedores del grupo pudo presenciar las evoluciones de Anderson y su troupe en un local que les viene como anillo al dedo.
Lejos de los macroconciertos o de los espectáculos multitudinarios, Jethro Tull se encuentra más a gusto casi en familia. Es una de las prerrogativas que tiene uno de los grupos que permanecen en activo, con Rolling Stones o Deep Purple, desde la época dorada del rock y el blues de los años sesenta y setenta. Un sonido directo, personalizado, para saltar en el tiempo. Así, atacaron de entrada con "For a thousand mothers", (¡Vaya comienzo!) y "Nothing is easy", ambos de Stand up.
La voz de Anderson no llega a las notas altas como antaño debido a los problemas que tuvo con su garganta, pero parece que la ha recuperado bastante. Aún así mantiene su tono personal y burlesco. Por su parte, Martin Barre, el segundo de a bordo y creador también del sonido del grupo, paseó su guitarra entre campestres melodías y duras caminatas por el heavy. Un maestro.
Con ellos, Doanne Perry a la batería, Andy Giddins a los teclados y Jonathan Noyce al bajo, ofrecieron los argumentos para un gran concierto.
Nuevo salto en el tiempo y suenan las notas de "Thick as brick". Han pasado casi 30 años y esta obra maestra sonó tan actual como en su época. El escocés semeja haber hecho un pacto con el diablo y recorre el escenario como una araña. Piruetas en el escenario para centrarse en el último trabajo del grupo, "J-Tull Dot Com", que sin ser la genialidad de otros tiempos, hace palidecer a muchas bandas nacidas al calor de las multinacionales. Un nuevo giro para hacer sonar el siempre presente "Bourée". Luego, "The secret language of birds" y "Habanero reel", del trabajo en solitario que Anderson sacó a la luz en marzo. Unas composiciones actuales, absolutamente folk, que nos devolvieron el sonido inicial de Jethro Tull.
Entre viaje y viaje, Anderson se quedó con el público con una pizca de humor tras los temas de la época más folkie de la banda: "Songs from the Wood" y "Heavy Horses". Después, los clásicos de la época dorada. "Aqualung", "Living in the past" y "Locomotive breath". Los músicos lo estaban pasaban bien y el público, por supuesto. En el bis de rigor, unos enormes globos que Anderson lanzó al público marcaban el final de un concierto que colmó a los iniciados, satisfizo a los conocedores y abrió los ojos a quienes ni siquiera habían oído hablar de Jethro Tull.
JULIO C. LÓPEZ
El Palacio de la Ópera fue testigo de la primera actuación en A Coruña de una de las bandas más decisivas de la historia del rock. El público, repleto de incondicionales, -casi adeptos- y de conocedores del grupo pudo presenciar las evoluciones de Anderson y su troupe en un local que les viene como anillo al dedo.
Lejos de los macroconciertos o de los espectáculos multitudinarios, Jethro Tull se encuentra más a gusto casi en familia. Es una de las prerrogativas que tiene uno de los grupos que permanecen en activo, con Rolling Stones o Deep Purple, desde la época dorada del rock y el blues de los años sesenta y setenta. Un sonido directo, personalizado, para saltar en el tiempo. Así, atacaron de entrada con "For a thousand mothers", (¡Vaya comienzo!) y "Nothing is easy", ambos de Stand up.
La voz de Anderson no llega a las notas altas como antaño debido a los problemas que tuvo con su garganta, pero parece que la ha recuperado bastante. Aún así mantiene su tono personal y burlesco. Por su parte, Martin Barre, el segundo de a bordo y creador también del sonido del grupo, paseó su guitarra entre campestres melodías y duras caminatas por el heavy. Un maestro.
Con ellos, Doanne Perry a la batería, Andy Giddins a los teclados y Jonathan Noyce al bajo, ofrecieron los argumentos para un gran concierto.
Nuevo salto en el tiempo y suenan las notas de "Thick as brick". Han pasado casi 30 años y esta obra maestra sonó tan actual como en su época. El escocés semeja haber hecho un pacto con el diablo y recorre el escenario como una araña. Piruetas en el escenario para centrarse en el último trabajo del grupo, "J-Tull Dot Com", que sin ser la genialidad de otros tiempos, hace palidecer a muchas bandas nacidas al calor de las multinacionales. Un nuevo giro para hacer sonar el siempre presente "Bourée". Luego, "The secret language of birds" y "Habanero reel", del trabajo en solitario que Anderson sacó a la luz en marzo. Unas composiciones actuales, absolutamente folk, que nos devolvieron el sonido inicial de Jethro Tull.
Entre viaje y viaje, Anderson se quedó con el público con una pizca de humor tras los temas de la época más folkie de la banda: "Songs from the Wood" y "Heavy Horses". Después, los clásicos de la época dorada. "Aqualung", "Living in the past" y "Locomotive breath". Los músicos lo estaban pasaban bien y el público, por supuesto. En el bis de rigor, unos enormes globos que Anderson lanzó al público marcaban el final de un concierto que colmó a los iniciados, satisfizo a los conocedores y abrió los ojos a quienes ni siquiera habían oído hablar de Jethro Tull.
JULIO C. LÓPEZ